Fragmento del primer tiempo
El escenario estará totalmente abierto hasta que se ilumine para el comienzo de la
acción. Con fondo de telón negro habrá en el lateral izquierdo una especie de mampara
o biombo de madera, sin pintar, supuesto almacén de MOISÉS. En el lateral derecho,
árbol, también de tronco y hojas secas, a cuyo pie estarán acostados EMMA y LUIS.
Muy cerca, un banco o poyo al igual que otros diversos planos, desde donde se
moverán los distintos personajes en el transcurso de la acción. Con ambiente propio de
amanecer se va haciendo lentamente la luz.

  • MOISÉS.— (Asomando por la mampara). ¡Luz, sí, que se haga la luz, como si fuera el
    primer día de la creación! (Saliendo). Jamás he podido comprender cómo se atrevieron
    a revelarse los ángeles malos. Dicen que gritaron: “Seremos como dioses, no le
    serviremos”, y se quedaron tan campantes. Pero lo que yo digo: esos ángeles tenían que
    estar locos. Locos y cabrones, lo que yo digo, verdaderas calamidades. (Mirando hacia
    el rincón donde con luz aún tenue se revuelven bajo una manta LUIS y EMMA). ¡No os
    apuréis, muchachos, las horas libres hay que aprovecharlas tanto como el tiempo de
    trabajo! No hay que apurarse, las energías hay que guardarlas para cuando hacen falta.
  • LUIS.— (Revolviéndose). Ya está bien de sermones; cállate de una vez, que no sabes
    sino hablar.
  • MOISÉS.— (Queriendo resultar amable). Hablar es lo que hace falta para poder
    defenderse. En cambio tú, como no tienes que quejarte de nada, puedes pasarte la vida
    totalmente callado. (Acercándose). Siempre tendrás quien te cuide.
  • EMMA.— (Incorporándose). ¡Iros a la porra! ¿No os parece demasiado temprano para
    repetir las mismas monsergas?
  • MOISÉS.— (Sorprendido). ¿Y a ti no te parece también excesivo que tengas que
    dormir siempre acompañada?
  • EMMA.— Esas son cuestiones mías, cerdo.
  • MOISÉS.— Sí, ya; cuestiones personales en las que nunca debí meterme. Perdona.
  • EMMA.— A cualquiera se le ocurre despertarnos tan de mañana.
  • MOISÉS.— Es verdad, que para los enamorados no cuenta el tiempo.
  • EMMA.— Déjate de cursiladas, por favor, que con el sueño no se juega. ¡Qué pelma!
    (Vistiendo un mini pullover que tiene a su lado).
  • MOISÉS.— Pero, cómo, ¿vas a levantarte tan temprano?
  • EMMA.— (Sentada, peinándose). Sí, petardo, ¿o es que acaso no te acuerdas de que
    aún teníamos “trabajo”?
  • MOISÉS.— Pues se me había olvidado. Pero algo echaba de menos, porque apenas si
    pude dormir, obsesionado con ver la amanecida.
  • EMMA.— ¡Obsesionado con la amanecida tú! ¡No me hagas reír! ¡Lo que pasa es que
    no has podido dormir pensando en tus ganancias! (Sacudiendo a LUIS y besándole la
    boca). Ponte en pie, que de pie también se puede dormir. ¡Como los árboles! (Le
    enciende un cigarro y se lo pone en la boca).
  • LUIS.— (Incorporándose, adormilado). ¿Hay muchos “compradores”?
  • EMMA.— Algunos habrá; compradores no faltan nunca. El asunto es salvar la
    mercancía.