Fragmento del cuadro primero.
Al apagarse las luces de la sala para comenzar la ceremonia teatral, se iluminará una
gigantesca flor, símbolo de los jóvenes florales que, presionada por un ventilador
oculto, gesticulará mientras una voz en “of” dice lo siguiente.

  • FLOR.— Señoras y señores: de habérseme enviado oficialmente, tenía que haber
    venido oficialmente uniformado, sin olvidar el tambor para anunciar mi edicto. Pero los
    autores son siempre más benévolos que las ordenanzas, y el mío se contenta con
    exponer solamente un retazo de la vida de los componentes de ese movimiento, para
    muchos tan extraño, que han emprendido los hippies, por cuyo conocimiento sentirán
    ustedes, posiblemente, una gran curiosidad.
    Yo no les voy a definir a los hippies, porque no me siento capaz de juzgar ni
    encasillar a nadie, y mucho menos a ellos. De ellos se han dicho muchas cosas, y como
    siempre que se habla demasiado, se han cometido excesivas barbaridades. Lo cierto es
    que ellos son seguidores de una nueva ética, a la que sostiene como a toda razón, la
    estética. Y así, frente a las imposiciones del consumo aterrador, oponen la sencillez de
    vida; frente al puritanismo y la dureza maquinal del trabajo, la alegría y el placer; en
    contra de la papagallería de las banderías políticas, el mitin de sus canciones, enervantes
    como el mismo corazón del ritmo. Frente a la guerra, la paz. Frente al odio, la
    fraternidad y el amor para todo, sin hueco alguno para la violencia.
    Esto es lo que al parecer intentan ellos. Demasiado, claro. Pero nadie debe
    frenar, por excesivas, las justas apetencias. Y en cuanto a Prometeo, ¿qué puedo decirles
    de Prometeo? Todos lo conocen de sobra, porque es un ciudadano histórico y bien
    documentado. Se trata de ese mito que ha sido explotado por todas las facetas del arte.
    Él fue un revolucionario humanista, que robó el fuego a la mentira de los dioses del
    Olimpo para entregárselo a los hombres, que tanto lo necesitaban. Él les procuró su
    manejo y anduvo siempre preocupado por enseñarles los secretos del arte, la política y
    la libertad, como si se tratara de cualquier cosa. Pero, naturalmente, eso no se lo podían
    perdonar los dioses tiranos, quienes desde entonces le encadenaron, sin que hasta la
    fecha se haya podido liberar de sus cadenas.
    Este Prometeo, humano como un hombre más, es el que vamos a ver entre los
    hippies.
    De lo que en este encuentro suceda, ustedes podrán juzgar.
    (Apenas la flor ha terminado, una música sicodélica invade el escenario. Al
    levantarse el telón, aparece ante el espectador toda la magia de un campo de
    concentración hippie, en pleno valle. Los personajes lucen los más dispares y
    multicolores vestuarios y largas melenas. Sentados en el suelo, unos fuman, indolentes;
    otros manejan instrumentos musicales, mientras otros se adornan con coronas y
    collares de flores. Hacia un lateral, oculto entre el follaje, Prometeo, casi un busto,
    aparece encadenado. No faltará quienes se hagan el amor. Tras los primeros compases
    de deslumbramiento musical y el centelleante relampagueo de las luces multicolores,
    RINGO y MONTSI, que parecían estar dialogando, rompen a hablar en voz alta).
  • MONTSI.— Pues sí, le grité bien claro: “Todo ese discurso es inútil, porque desde tu
    butacón de barrigudo satisfecho y desafiante, de viejo inquisidor, nunca llegarás a
    convencerme. Así que déjate de cacarearme tu inventado drama generacional, porque
    me has perdido para siempre…”. Fue lo último que le vomité en su cara de cerdo.
  • RINGO.— No te molestes en seguir contando, aquí se da todo por sabido; en nuestro
    Valle la vida comienza como el día, que nadie sabe si empieza con el alba o al
    anochecer. ¡Qué más da!
  • LÚCULO.— Ya está bien de caricias, Pompy, que por ahora no me quedan más
    fuerzas.
  • POMPY.— Las personas tendríamos que tener los brazos más grandes que la redondez
    de la tierra. ¡Todo sería entonces maravilloso!